lunes, 22 de mayo de 2017

El Camino Más Espectacular de Sudamérica



Dicen que un verdadero amigo no es aquel que conoces por más tiempo... sino alguien que un día vino y nunca se apartó de tu lado. Allison Riquelme es una de esas personas que un día tocan en tu puerta con la gracia de un niño pequeño y la sencillez de los grandes.

Llegamos a Puerto Montt, antesala de la Carretera Austral, con la sonrisa del guerrero que ha librado mil batallas y se aproxima a su victoria. La Ruta 5 ha sido uno de los mayores calvarios de este viaje y Allison representa, más que una ráfaga de aire fresco, un huracán de energía positiva. La chilena es exactamente lo que necesitamos para no tirar la toalla en este crítico y crucial momento del viaje alrededor del mundo. Desde que la conocimos en Valparaíso, Ally no ha dejado de animarnos y motivarnos desde la distancia.



Después de convencerla por semanas, ahora la tengo delante en un camping cualquiera de la capital de la región de Los Lagos. La abrazamos con la ternura de una hermana y la pasión de un amante. “No sabes lo que me alegro de que hayas venido”, pienso; y no puedo sortear la idea de que, si Allison no hubiera venido, a esta hora ya estaría en el Aeropuerto Internacional Comodoro Arturo Merino Benítez montándome en un avión de regreso a Europa después de tirar la toalla en las fauces de la meta.



Al día siguiente comenzamos a pedalear pletóricas y muy motivadas por la presencia de nuestra jovial amiga. Pese al cansancio físico y mental acumulado en la Ruta 5, la autopista donde los camiones ostentan un poder monárquico cabalístico, nos contagiamos enseguida del ánimo risueño y desenvuelto de nuestra invitada. Esta experiencia me lleva a reflexionar sobre la importancia de rodearse de gente positiva, alegre y constructiva, que valore lo que haces; no sólo en un periplo como éste, sino en la vida en general.



Bordeamos la costa por la Ruta 7 en dirección a Caleta la Arena para cruzar el Estero de Reloncaví en ferry. El tráfico es muy abundante aún y los arcenes inexistentes. Sin embargo el pavimento, uno de los pocos que veremos hasta Punta Arenas, facilita el tránsito del pelotón cicloviajero.




Desembarcamos en Caleta Puelche, un angosto y rudimentario puerto con un edificio y un faro sin espacio a penas para otra cosa que pasar por ahí con viento fresco y seguir buscando un lugar para acampar. Tarea que se complica a medida que nos adentramos en la espesa vegetación que desciende del Parque Nacional Hornopirén y va a morir al Pacífico Sur. Trepamos por el escarpado territorio de la península sembrada de alerces, siempreverdes, coigue de Magallanes y lengas. Gigantes helechos a la sombra de gigantescos alerces se aprietan contra las alambradas que acotan ambos lados de la carretera de tierra para proteger a la fauna. Un polvo fino cubre la vegetación apostada en los márgenes imprimiendo en el ambiente un aspecto vetusto, como si el camino nos trasladara a otro tiempo tan lejos del sistema y del capitalismo.



Las cuestas se hacen cada vez más pronunciadas y nuestras abundantes provisiones se nos hacen más pesadas a medida que avanzamos. Hemos leído que, en la Carretera Austral, conseguir alimentos es otra aventura, y que su coste puede triplicarse a medida que nos desplacemos hacia el sur. Entre las tres nos hemos traído prácticamente todo el supermercado y ahora mismo pedaleamos atormentadas por nuestro exceso de previsión.



En el Puente del Río Punín, nuestra huésped, Allison Riquelme, desaparece cuesta arriba al grito de “me pararé para esperarlas cuando encuentre casas”. Perplejas, nos miramos con desencanto Marika y yo, intentando descifrar aquellas palabras que aún resuenan en el denso aire de concreto. Nos detenemos para llenar la bolsa de agua de 5 litros Ortlieb en el río y pensar un poco sobre lo sucedido. 

Dejo la bicicleta contra un árbol en el margen de la angosta carretera, a la altura del puente, y desciendo bruscamente montaña abajo hasta llegar al río. Busco en los alrededores algún lugar para acampar sin éxito. Los escasos espacios por donde no corre el agua son pedregales impracticables.

Dos horas después encontramos un sendero que divide el bosque en dos, mientras oímos el zumbido del sol y el aire se torna estancado debido al fino polvo de la carretera. Allison no aparece y su teléfono está desconectado o no tiene cobertura. Nuestra preocupación aumenta con nuestro cansancio. No puedo dar un paso más. La letona decide salir en su búsqueda mientras localizo un buen llano para poner la tienda de campaña y cocinar. Marika continúa carretera arriba y me adentro por el camino alternativo hacia lo desconocido.



Ahora estoy aquí, junto a un idílico arroyo, en esta sofocante tarde de febrero, sintiendo que las cosas que me rodean provienen de otro planeta y que mi entrañable amiga podría estar muerta.  

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