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Dicen que un verdadero amigo no es aquel que conoces por más tiempo... sino alguien que un día vino y nunca se apartó de tu lado. Allison Riquelme es una de esas personas que un día tocan en tu puerta con la gracia de un niño pequeño y la sencillez de los grandes.
Llegamos a Puerto Montt,
antesala de la Carretera Austral, con la sonrisa del guerrero que ha
librado mil batallas y se aproxima a su victoria. La Ruta 5 ha sido
uno de los mayores calvarios de este viaje y Allison representa, más
que una ráfaga de aire fresco, un huracán de energía positiva. La
chilena es exactamente lo que necesitamos para no tirar la toalla en
este crítico y crucial momento del viaje alrededor del mundo. Desde
que la conocimos en Valparaíso, Ally no ha dejado de animarnos y
motivarnos desde la distancia.
Después de convencerla
por semanas, ahora la tengo delante en un camping cualquiera de la
capital de la región de Los Lagos. La abrazamos con la ternura de
una hermana y la pasión de un amante. “No sabes lo que me alegro
de que hayas venido”, pienso; y no puedo sortear la idea de que, si
Allison no hubiera venido, a esta hora ya estaría en el Aeropuerto
Internacional Comodoro Arturo Merino Benítez montándome en un avión
de regreso a Europa después de tirar la toalla en las fauces de la
meta.
Al día siguiente
comenzamos a pedalear pletóricas y muy motivadas por la presencia de
nuestra jovial amiga. Pese al cansancio físico y mental
acumulado en la Ruta 5, la autopista donde los camiones ostentan un
poder monárquico cabalístico, nos contagiamos enseguida del ánimo
risueño y desenvuelto de nuestra invitada. Esta experiencia me lleva
a reflexionar sobre la importancia de rodearse de gente positiva,
alegre y constructiva, que valore lo que haces; no sólo en un
periplo como éste, sino en la vida en general.
Bordeamos la costa por la
Ruta 7 en dirección a Caleta la Arena para cruzar el Estero de
Reloncaví en ferry. El tráfico es muy abundante aún y los arcenes
inexistentes. Sin embargo el pavimento, uno de los pocos que veremos
hasta Punta Arenas, facilita el tránsito del pelotón cicloviajero.
Desembarcamos en Caleta
Puelche, un angosto y rudimentario puerto con un edificio y un faro
sin espacio a penas para otra cosa que pasar por ahí con viento
fresco y seguir buscando un lugar para acampar. Tarea que se
complica a medida que nos adentramos en la espesa vegetación que
desciende del Parque Nacional Hornopirén y va a morir al Pacífico
Sur. Trepamos por el escarpado territorio de la península sembrada
de alerces, siempreverdes, coigue de Magallanes y lengas. Gigantes
helechos a la sombra de gigantescos alerces se aprietan
contra las alambradas que acotan ambos lados de la carretera de
tierra para proteger a la fauna. Un polvo fino cubre la
vegetación apostada en los márgenes imprimiendo en el ambiente un aspecto vetusto,
como si el camino nos trasladara a otro tiempo tan lejos del sistema
y del capitalismo.
Las cuestas se hacen cada
vez más pronunciadas y nuestras abundantes provisiones se nos hacen
más pesadas a medida que avanzamos. Hemos leído que, en la
Carretera Austral, conseguir alimentos es otra aventura, y que su
coste puede triplicarse a medida que nos desplacemos hacia el sur. Entre las tres nos hemos traído prácticamente todo el
supermercado y ahora mismo pedaleamos atormentadas por nuestro exceso
de previsión.
Dejo la bicicleta contra
un árbol en el margen de la angosta carretera, a la altura del
puente, y desciendo bruscamente montaña abajo hasta llegar al río.
Busco en los alrededores algún lugar para acampar sin éxito. Los
escasos espacios por donde no corre el agua son pedregales
impracticables.
Dos horas después encontramos un sendero que divide el bosque en dos, mientras oímos el zumbido del sol
y el aire se torna estancado debido al fino polvo de la carretera.
Allison no aparece y su teléfono está desconectado o no tiene
cobertura. Nuestra preocupación aumenta con nuestro cansancio. No
puedo dar un paso más. La letona decide salir en su búsqueda
mientras localizo un buen llano para poner la tienda de campaña y
cocinar. Marika continúa carretera arriba y me adentro por el camino alternativo hacia lo desconocido.
Ahora estoy aquí, junto a
un idílico arroyo, en esta sofocante tarde de febrero, sintiendo que
las cosas que me rodean provienen de otro planeta y que mi entrañable
amiga podría estar muerta.
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